Río la Cumaca
Aventura, historia y mucha, mucha agua
¡Vamos al Río la Cumaca!
Excelente sitio de recreación para compartir con amigos y familiares y
conocer la fascinante historia y cultura de San Diego. Un reencuentro con la
naturaleza que te enamorará
Francis Tineo, Eliseo Altuna
Si tu vida es un ajetreo y
los mixes de relajación en Youtube no te funcionan, si estás cansado de
respirar el asfixiante dióxido de carbono cada mañana al salir de casa, si te
aburre ver siempre los mismos grises paisajes urbanos y la rutina te consume, si
te rompieron el corazón y no sabes donde llorar tranquilo porque nadie te
comprende, si sientes que la patria te ha convertido en un ser aislado, sin
vida social, sin diversión y ha apresado tu espíritu jovial… En fin, si eres
sandiegano, carabobeño, venezolano, extranjero o marciano, si encajas o
no con estos perfiles… Tranquilo, te comprendemos. ¡Y sabemos dónde está tu
solución! Sin duda alguna, en El Rio La Cumaca.
A menos que vengas en coche,
bici o motocicleta, puedes tomar una camionetica en cualquiera
del las paradas del transporte público en la Av. Don Julio Centeno que tenga el
aviso “La Cumaca”. Si vienes del pueblo de San Diego, en la Plaza Bolívar pasan
tanto camionetas como carritos.
Se aconseja
1) Llevar vestimenta cómoda,
deportiva.
2) Repelente de zancudos.
3) Ir en grupos grandes, por mayor
seguridad.
4) Alimentos nutritivos que
compensen el desgaste energético. (Los mangos son cortesía de La Cumaca).
5) Bolsa para botar los
desperdicios
6) El agua del río es potable,
pero si lo prefieres, lleva tu termo.
7) Conoce al señor Frank y al
joven Albert. No hay mejor guía.
8) Estar siempre atentos.
Alexis
Durán (20 años, sandiegano y visitante recurrente de la zona).
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No hay forma de perderse. Te bajas en la última
parada (es el terminal de autobuses de la Cumaca) luego de haber dejado atrás
el Colegio Joseph Lancaster, seguidamente el Colegio Contadores Públicos, hasta
llegar al club Isla la Cumaca. Desde allí empieza el recorrido a pie. A tu
izquierda verás una tubería de agua.
Respira profundo, y empieza a disfrutar de la calma del silencio. Camina siempre derecho por la misma calle. Notarás cómo poco a poco van desapareciendo las casas pueblerinas y a tu derecha un puente rojo te indicará que vas por el sendero correcto. Se termina el asfalto y el camino de tierra se empina. Sigue avanzando. La frescura y la sombra de los árboles te arroparán.
Primera estación
A tu izquierda verás El Altar de La Virgen de
Lourdes que se erige sobre una piedra gigante en cuyo lateral se encuentran
grabados petroglifos. El más divisible tiene forma de rostro y está pintado en
su contorno por personas de la localidad. Para el Magíster en Etnología e
Investigador Arqueológico Leonardo Páez, este acto causa “el deterioro
y desvalorización del otro altar que siglos atrás concibieron e
implantaron allí los originarios pobladores indígenas”.
La Encantada
Siguiendo las tuberías de
agua por el mismo camino, está el primer pozo, uno de los más turísticos por su
fácil acceso. En sus alrededores se haya la chatarra de un carro abandonado y
los restos de un caney que desencajan en el paisaje. Aún así, es inevitable no
querer entrar a echarse un chapuzón. Abstenerse los friolentos.
En épocas de invierno, el río
crece por las lluvias y alcanza los 1500 M.s.n.m. No hay troncos, piedras ni
ramas que se resistan. Sin embargo, los 34 muertos registrados en el lugar no perecieron
a causa de la corriente, sino por el misterio que da nombre al pozo. Pobladores
o turistas se tiran al agua… y se quedan paralizados abajo. Quién sabe cómo o
por qué. No se han realizado estudios. Sólo tenemos cifras, testimonios y un
llamado a la prudencia.
Amor Prohibido
“Hay
una leyenda de una indígena. Ella se enamoró profundamente de un muchacho de
otra tribu. La pareja decidió sacrificarse en el pozo La Encantada porque
según la tradición aborigen, sólo podían casarse con personas de su misma
tribu”, relata en un tono misterioso el señor Frank,”.
Palermo
asegura que “La gente está acostumbrada a ver morir 1 persona al año en el
pozo La Encantada. Por eso le dicen así. Dicen que está maldito. Mueren
personas entre 15 y 30 años”.
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El señor Frank
Adelante y a la izquierda, a
pocos metros del pozo, hay un cartel que dice “Familia González: 4 generaciones
llevando paz y armonía a la naturaleza” demarca la propiedad del señor Frank.
Trabajador de Hidrocentro y descendiente directo de la tribu indígena Arawaco
–antiguos pobladores de la zona-, este señor conoce La Cumaca como la palma de
su mano. ¿Cómo no visitarlo?
Sus rasgos faciales delatan
la sangre indígena que corrió en las venas de su abuela y que ahora, con
orgullo, corre en las suyas. “Mi etnia, hacia los tiempos de la Segunda Guerra
Mundial, se vinieron del Cúpira hasta acá. Mi padre, Antonio González, fue
guardia y trabajador de la planta de agua. Allá arriba, a 1000 metros, hay una
placa de cemento que honra su nombre”. Y esta honra, ahora, descansa sobre él.
En la actualidad, el señor
Frank, con 63 años de edad y junto a su esposa Eglee, vela por el sistema
que conduce el agua potable al casco histórico del municipio. “Cuando hablan
del agua de San Diego, hablan de mí. Cuando no hay agua me maldicen; pero
bueno, estoy protegido por Dios y la naturaleza”.
Pero las tuberías no son su
única responsabilidad. Ha querido, en ausencia de organismos o brigadas que
resguarden la zona, convertirse en el guardia del Rio La Cumaca. Es decir,
cuidarlo y mantenerlo a salvo de agentes contaminantes, delincuencia,
incendios y el olvido de la gente. “Las personas no tienen sentido de
pertenencia. ¡Este es un lugar de turismo ecológico!”
Las ruinas
Si continúas el camino, se alzará ante ti el
esqueleto de un edificio que duerme como un titán de cemento. Se trata de la ex
planta hidroeléctrica. “Mi padre también fue operador de la planta que ahora
está en ruinas”, declara el señor Frank, mientras evoca el recuerdo empolvado
por periodos, gobiernos y burocracias que envuelven la historia de la primera
planta que dio luz a Carabobo por primera vez –y la segunda en Venezuela-.
Fue construida entre la presidencia de Cipriano
Castro y el dictador Juan Vicente Gómez (1890-1908). Las primeras luces
se encendieron en el Centro de Valencia, y continuó suministrando energía el
pueblo hasta la década de los 60’, cuando dejó de funcionar.
Ahora, las enredaderas verdes cruzan sus paredes
resquebrajadas. Unas ruinas digna de admirar y capturar en fotografías.
Entrada al bosque divino
A partir de aquí, deberías
amarrar bien las trenzas de tus zapatos y abrir bien los ojos: un espectáculo
verde está por abrirse. Ya estamos al pie del cerro Villalonga, el más alto de
la fila de montañas que corona el extremo sur del parque nacional San Esteban.
El sendero nos guiará, entre árboles, crujidos, luces y sombras, hacia las
próximas estaciones.
Nuestro joven guía
y rescatista acuático entrenado en el Instituto Nacional de Espacios
Acuáticos y la Fuerza Armada irá delante de nosotros con voz de mando y paso
firme. Su nombre es Albert Palermo y es un experto en senderos, consejos e
historias. “A lo largo del camino verás unas piedras blancas. Son el
sistema que los arawuacos usaban para guiarse”, señala Albert, y uno sólo puede
hacer silencio para mirar y escuchar todo lo que se asoma durante el trayecto.
No te asustes si te cruzas con un venado; también hay cochinos de monte,
cunaguaros, lapas, guacharacas, cachicamos y culebras “terciopelo” que pueden
confundirse con las hojas. No temas: ellos son los dueños de esta casa;
nosotros sólo somos turistas.
Pozo El Humo
A menos de 15 minutos
de camino, a la altura de 600 M.s.n.m, puede oírse el rugir del agua que cae
con fuerza. “Llegamos al Pozo El Humo. Se llama así porque, cuando estamos en
invierno, las grandes cantidades de agua generan un vapor que sube entre las piedras”,
explica el guía, y ya se hace obvia la hora de darse otro baño helado.
Un tobogán natural es el
favorito de los más osados que, además de venir a sosegar las vibras del
cuerpo, buscan adrenalina pura. Trepas por la pared rocosa y luego te deslizas por
el musco para zambullirte en un cauce de 3 metros de profundidad. Es probable
que tu grito de emoción se confunda con el de las guacharacas, que sobrevuelan
la vegetación tropófila. También la acompañan aves como el paují, campanero,
perico, cotorra y guacharaca. ¡Mira abajo, mira arriba: belleza divina por
todos lados!
Tuberías
En
1971, durante el mandato de Rafael Caldera, se crea la represa en el río La
Cumaca a 1000 M.s.n.m. Allí se erigió un tanque por donde le agua
baja a presión a través de las tuberías. El agua en esa zona es tan limpia y
potable que sigue funcionando. Las tuberías surten agua a 20 sectores de San
diego en los que destacan: Casco Histórico del pueblo de San Diego, Las
Josefinas 1 y 2, Parte de Quebrada La honda, Lambedero, La Cumaca y
Almendrones.
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¡No bañarse!
La siguiente parada,
a casi a 30 minutos, es el Pozo La Canoa. Pero este pozo no es para darse un
baño; tendrás que quedarte con las ganas. La promotora del sector La Cumaca y
funcionaria de la Alcaldía del municipio San Diego, Alicia Veloz, advierte que
el agua que aquí reside es potable, destinada al consumo humano; de hecho, a
poca distancia se ubican la represa y el tanque, ambos anunciados con carteles
de INPARQUES (Instituto Nacional de Parques).
A cerca del cuidado ecológico
de este y otros puntos de la Cumaca, de nuevo se hace latente que los únicos
responsables de mantener todo limpio son los mismos pobladores y turistas. Alicia
cuenta que en una oportunidad, la alcaldía conformó grupos ecologistas, pero
esos planes decayeron. Hoy en día, hay varios vecinos que acuden con bolsas y
recogen la basura, pero estos movimientos no son constantes. El asunto de la
contaminación es compromiso de cada uno de nosotros.
Más allá del Río La Cumaca
A partir de la cota
600, estarás en el mismo escenario cuando, 30 años atrás, en presencia de un
Frank González mucho más joven, se inauguró oficialmente el parque nacional San
Esteban y se acordaron sus límites. Recordemos que los 445 km² de su
superficie abarcan mucho más de lo que podemos recorrer en un solo día, y que
el Río la Cumaca es sólo una porción de las maravillas que este paraíso verde
tiene por enseñarnos.
“Si te vas más arriba, hasta la zona
boscosa y la zona tropical, llegarás al Hoyito y el sector La Josefina. Allí
hallarás las ruinas de un molino gigante y café, ¡mucho café!”, dice Albert,
señalando con su dedo hacia el norte. Si te animas a caminar más y te vienes equipado,
también puedes emprender la travesía de 6 horas que te conducirá a la otra cara
del cerro Villalonga. Estamos hablando de Vigirima, la hermana salvaje de San
Diego en cuyo seno moraron otras tribus del mismo orden.
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| Cauce del Río la Cumaca |
Nos vamos…
Antes de dar la vuelta y
descender a nuestra cotidianidad, respiremos profundo y meditemos en la Cumaca
que aún no se había casado con los españoles ni había recibido el chispazo de
la energía eléctrica, las tuberías y el choque de la cultura occidental.
Miremos a la madre arawaco
con su niño en brazos, cuyo único arrullo era la leyenda del sol y cuyo deseo
era refugiarse a la luz de la fogata. Miremos al joven cazador, con algún
mamífero fresco en sus manos endurecidas por la naturaleza. Miremos a la tribu
completa moviéndose por el bosque. ¿Qué podemos aprender de
ellos? Saben que el bosque es su hogar. Los árboles les dan de
comer. El agua del río sacia su sed. Nadie tiene que enseñarles a cuidar lo que
les pertenece o a decir “gracias” cada mañana. Saben muy bien que sus vidas
están ligadas a la tierra que los vio nacer.
Recojamos
los desperdicios y digamos “hasta luego”, sin olvidarnos –como los arawaco- de
cuidar el paraíso que Dios nos dio. ¡El Río La Cumaca y su gente esperan por
nosotros!
Hijos de Tacarigua
El
río La Cumaca se une con el río Cúpira y luego se conecta con el Río los
Guayos, alimentando al Lago de Valencia, también llamado Lago de Tacarigua.
Su nombre se debe a la tribu indígena Tacarigua proveniente de los Arawacos
que habitaron en los alrededores del lago antes de la llegada de los
españoles. González, de abuelos indígenas, cuenta que “como consecuencia de
de la colonización, los grupos indígenas se fueron desprendiendo del lago,
por sus ríos hasta llegar a lo que hoy se conoce como Cumaca. La tribu de
aquí tenía la misma cultura que los indígenas de Vigirima”.
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