Detrás del volante
Debatirse entre la vida y la muerte en unos segundos
Detrás
del volante
La rutina del joven venezolano es sencilla, ser estudiante y acudir a
clases en la universidad es esencial, manejar de camino a ella es básico, un
paso en falso puede cambiarlo todo
Luis Santana
Las primeras
horas de un viernes en el Hospital Carabobo pintaban normales, el ajetreo usual,
hasta que alrededor de las nueve o diez de la mañana llegó una ambulancia con
dos muchachas en estado de emergencia, la adrenalina y el pánico recorría sus
venas, semiinconscientes, la reacción desmedida de una de ellas le propinó un
puntapié tan salvaje en el entrecejo a uno de los doctores que intentaba reanimarla
que le partió los lentes por la mitad.
Una hora antes, Paola y Sophia transitaban
la variante Bárbula-San Diego, dos jóvenes camino a la universidad, dos
veinteañeras, dos amigas, dos estudiantes de Bioanálisis, otro día de clases más,
pero éste no sería como cualquier otro.
Paola
vive en San Diego y como de costumbre, toma ésta autopista para llegar más
rápidamente a la Universidad de Carabobo, ubicada en el municipio Naguanagua,
es una arteria vial de amplio recorrido, en su mayoría una recta que incita a
tomar altas velocidades a los conductores, pero a la vez traicionera.
El
pavimento, como en la mayoría de carreteras venezolanas, no está en óptimas
condiciones, huecos, baches, grietas son parte del relieve del asfalto y además
una espesa maleza verde cubre los costados en ambos sentidos, incluso en
ocasiones llega a crecer tanto que se inmiscuye en el canal de servicio más a
la derecha de la vía.
Esa
semana, Sophia, se alojaba en casa de Paola ya que su familia estaba de viaje a
Mérida, pero para no perder clases, decidió quedarse a dormir con su amiga y e
irse juntas a la universidad. El jueves por la tarde, paseaban
despreocupadamente por los abarrotados pasillos del Centro Comercial
Metrópolis, en compañía de los padres y hermano de Paola, en búsqueda de
calzado nuevo y degustando una crujiente pizza. No inventaron mucho más porque
sabían que debían madrugar para asistir a clases al día siguiente.
Destinos
encontrados
Son las
ocho de la mañana en casa de Paola, ya vestidas, las dos amigas salen al ruedo
en el pequeño coche Ford Fiesta de un color negro brillante que recorre toda la
carrocería, un automóvil de turismo con maletero integrado, compacto. Se
incorporan a la autopista para recorrer su desafiante recta.
De igual
forma, Ana Carla y Felipe se trasladaban en sentido contrario, de Naguanagua a
San Diego, en un sedán color gris Venirauto Turpial. Se dirigen al trabajo, o a
su hogar, tal vez de vacaciones, cualquiera fuera su destino, cambiaría
drásticamente en unos instantes.
En el mismo sentido que el Fiesta, un
gandolero conduce un gran vehículo de carga pesada de una compañía de
transporte de productos y mercancías transnacional, acoplado a su chasis, lleva
el inmenso container plateado, su destino pudiera ser el puerto, pero el
asfalto dictaría otro.
Paola
conduce por el canal rápido, el del extremo izquierdo, el terreno que separa
las rutas es amplio y despejado, solo césped, pero sin barreras protectoras,
acaban de dejar atrás una estación de servicio, para reponer gasolina y
adquirir suministros, está del lado contrario, Bosqueserino es su nombre; se
acercan al desvío que les da acceso a una de las entradas a la universidad,
momento justo en que todo pierde sentido.
El
neumático trasero izquierdo del Fiesta explota y sale despedido, el estallido
hace que la conductora pierda el control, virajes bruscos y a alta velocidad
producen que el pequeño coche se ladee hacia el costado que no tiene soporte,
los botes son tan fuertes que al entrar en contacto con el terrenal, se vuelca
y da una serie de vueltas entre tierra y aire, un proyectil sin piedad.
El auto
sigue girando hacia su izquierda hasta que llega al canal rápido del sentido
contrario, el sedán de Ana Carla y Felipe no tiene chance alguno de esquivarlo
y recibe el impacto de frente del siniestrado Fiesta. Ambos vehículos se
encuentran, cuatro personas se debaten entre la vida y la muerte en medio de un
amasijo de hojalata sin sentido.
El
gandolero se desplaza por el canal continuo de la derecha, repentinamente hace
una maniobra brusca para esquivar un hueco en el pavimento que lo hace
aproximarse peligrosamente al coche de las jóvenes, Paola sorprendida por la
acción de la gandola, reacciona intuitivamente para alejarse pero por la alta
velocidad explota el caucho y el coche inicia sus bruscos virajes.
Para
evitar ser parte de la colisión, el camión se desvía hacia su derecha y cae
estrepitosamente en la zanja que delimita la autopista y colisiona con un poste
de luz.
Lucha
por la vida
El accidente impresiona, su magnitud y gravedad
provoca de inmediato un aumento en el tráfico vehicular en ambos sentidos de la
variante, para esquivar el siniestro y también para observar con detenimiento y
morbo el estado de los coches involucrados. Un cuerpo de bomberos de San Diego
llega al lugar con prontitud, en siete minutos, e inspeccionan la situación.
Ni
siquiera un incidente tan grave escapa de la inseguridad, el desastre de los
autos da pie a que desconocidos sin piedad, robasen las pertenencias materiales
de los malheridos, se llevaron todo a hurtadillas, teléfonos, carteras,
equipaje, cualquiera que fuera el estado en que se encontraran.
Una de
las compañeras de clase, Emily, llevaba rato pasando mensajes de texto y
llamando a Sophia para saber por qué no habían llegado a la clase, cuando el
nivel de preocupación era alarmante, recibe una llamada desde el número de
Sophia, para su sorpresa, fue la persona que se robó el móvil quien la contactó
para informarle del accidente que había sufrido.
Las
pasajeras del Fiesta están gravemente heridas, los pasajeros del Turpial no
corren con la misma suerte, Felipe falleció al instante del impacto y Ana Carla
es rescatada inconsciente pero pierde la vida a su llegada al hospital.
Sophia,
que ocupaba el asiento de copiloto, logra ser extraída, aún consciente, por la
puerta del costado derecho; el escenario de Paola era más complicado, se
encontraba atrapada entre el volante, el asiento y la puerta, además presentaba
un derramamiento de sangre a la altura de las costillas por una rotura del
bazo.
Ya
presentes efectivos de la Guardia Nacional, Policía Municipal y Tránsito
Terrestre, los siguientes minutos eran cruciales para la vida de Paola; por
medio de una grúa, el siniestrado Ford es movido al terreno central que divide
a la autopista para que los bomberos picaran por la mitad el auto y así poder
sacar a la joven.
La cola
de vehículos era inmensa, el tráfico estaba detenido en toda la extensión de la
autopista. Pablo, necesitaba tomar la vía para dirigirse a su trabajo, llevaba
varias semanas en reposo luego de haberse operado por apendicitis, cansado de
hacer nada, decidió salir ese viernes a entregar mercancía, pero no pudo
siquiera entrar a la variante.
Divisa que
la congestión es grande y se imagina que un accidente grave debe ser el
causante, determinado a hacer su trabajo, toma otra ruta y se aleja de la zona,
sin saber aún que su hija, Paola, está atrapada en el auto que él mismo le
había comprado.
La ambulancia
se trasladó rauda al Hospital Carabobo, que afortunadamente se ubicaba cerca
del lugar del siniestro, en las adyacencias de la Universidad de Carabobo;
Paola y Sophia son trasladadas a la Unidad de Trauma Shock donde atienden de
emergencia a pacientes que han sufrido accidentes o enfermedades graves, los
doctores de turno estaban libres y las recibieron al instante, para asegurarse
de que aún tenían signos vitales, un doctor zarandea a Paola y recibe el
puntapié en la cara, se alegró, había esperanza.
Contusión
cerebral, fractura de cúbito y radio en el brazo izquierdo, fractura en la
cadera, que terminó en una fisura sin requerir operación y desviación de la
pelvis, Paola tenía el bazo destruido y fue llevada de inmediato a quirófano
para operar esa área y detener el sangrado profuso. Horas más tarde seguía
moviéndose mucho, por la adrenalina o impulsos inconscientes, lo que hacía que
perdiera las vías intravenosas además de ser un riesgo para su recuperación,
por lo que se le aplicó un coma inducido por un mes.
La
estadía en un hospital
El Hospital Carabobo, es una institución pública, y
en Venezuela, tales departamentos no cuentan con las mejores instalaciones ni
servicios. La Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), no disponía de camas al
momento que las muchachas ingresaron, estaban ocupadas en su mayoría y las
pocas que quedaban las tenían guardadas en un depósito, por lo que debieron recurrir
al contacto que tenían con la jefa de cirugía en UCI para que les asignaran
camas y los equipos correspondientes.
No había
habitación disponible, por lo que las familias improvisaron una en un área que
era de almacén, retiraron los objetos allí guardados, ingresaron las camas y
compraron un aire acondicionado para que fuera más adecuado el sitio para unas
pacientes.
El día a
día en un hospital público no es placentero, más aún permanecer en el área de
emergencias, donde los largos pasillos se llenan de gritos, llantos, lamentos,
pasos apresurados de doctores y el traqueteo de las ruedas de mesas
transportando equipos o material médico para atender a la colectividad de
pacientes allí residentes, con la esperanza en común de sanar y salir de ese
ambiente tan tenso que incluso puede afectar psicológicamente.
Pablo y
Raquel, padres de Paola, consternados y preocupados por la situación de su
hija, les costó asimilar en un principio lo que había sucedido, cuando se
enteraron llegaron lo más aprisa posible hasta el hospital para estar al lado
de su primogénita, horas luego, entre llamadas a demás familiares y amigos para
informar del suceso y pedir ayuda, fue que las emociones afloraron y se
manifestaron, lágrimas de temor recorrieron sus mejillas.
Pero no
podían decaer, su hija estaba estable en fase de recuperación y debían
proveerle la mejor atención para su efectiva sanación; contrataron una
enfermera particular que atendía a las jóvenes todos los días, con total
amabilidad y vocación, contrario a la atención descortés y a veces altanera de
las enfermeras residentes. En alguna ocasión las enfermeras le colocaban mal
los medicamentos a Paola lo que hacía que se alterara, por suerte contaba con
la presencia de Jesús Pichardo, Emergenciólogo y primo.
Él
llevaba el control de las pacientes, las atendió durante su proceso de
recuperación. Se encargó de velar por ellas y que recibieran el mejor
tratamiento posible, a veces se quedaba todo el día, otras descansaba en la
mañana y hacía guardia en la noche.
Primos,
amigos, tíos se turnaban para colaborar, unos para conseguir los medicamentos
necesarios, otros para organizar “potazos” y recolectar dinero para financiar
todos los gastos, donaron sangre al hospital para reponer lo que habían usado;
mes y medio después del accidente, Paola, a tres días de su cumpleaños,
despierta y recupera el conocimiento pero sin tener recuerdos en absoluto de lo
ocurrido ni reconocía los rostros de quienes la acompañaban.
Renacer
El
confinamiento en el hospital terminó la semana en que el presidente Hugo Chávez
falleció, debido a los tres días de duelo nacional, no podrían darle de alta,
por lo que la ansiedad y el desespero de Paola por salir eran latentes; fue
otro viernes cuando, persiguiendo a uno de sus doctores suplicándole su salida,
lo consiguió.
Año y
medio transcurrieron entre terapias para recuperar la fuerza física, volver a
hablar, aprender a ir al baño nuevamente, comer y sesiones con una psicóloga
para descartar traumas o secuelas mentales. La operación en el brazo izquierdo
y la traqueotomía, aplicada para facilitar la respiración, en la garganta son
las únicas cicatrices visibles actualmente. De la contusión cerebral no sufrió
secuelas, el desplazamiento de la pelvis le ocasionó una reducción en el canal
de parto, por lo que en un futuro si llega a tener hijos deberán nacer por
medio de una cesárea.
No era el
momento de irse para Paola y Sophia, aún tienen mucha vida por delante que
recorrer. No enfrentaron ninguna demanda judicial en contra por parte de las
familias de Ana y Felipe, los fallecidos en el siniestro, luego del peritaje
correspondiente donde se evaluó técnicamente el alcance del suceso, se aceptó
que fue un accidente involuntario.
Es un
renacer, la vida se puede escapar en un instante, hay que aprovecharla. Estar
detrás del volante tiene su buena dosis de responsabilidad.
El accidente ocurrió la mañana del viernes 11 de enero de 2013.
Dos meses en el Hospital Carabobo hasta darle de alta un 8 de marzo.
Actualmente, Paola Gómez continúa sus estudios de Bioanálisis en la Universidad de Carabobo.
Comentarios
Publicar un comentario